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Adazabal, Max Alexander, Diego Fares
TERCER DOMINGO DE CUARESMA
+ José Aldazabal SDB La Alianza y la Pascua
A lo largo de los domingos de Cuaresma, las lecturas nos ofrecen una doble línea de reflexión: la Alianza que Dios ha sellado reiteradamente con la humanidad, y la marcha de Cristo Jesús hacia su muerte y su glorificación.
Después de la Alianza con Noé y con Abraham, que escuchábamos en los domingos anteriores, hoy llegamos a la que se considera la más importante del AT: la Alianza que hizo Yahvé con su pueblo, por la mediación de Moisés, en el monte Sinaí, a la salida de Egipto. A esta se la llama «Antigua Alianza», o bien «la primera Alianza», que prepara la que será la segunda y definitiva: la «Nueva Alianza» restablecida por mediación de Cristo en la cruz. Así, toda la Historia de la Salvación la vemos desde la clave de la Alianza entre Dios y la humanidad.
El evangelio nos sitúa en la otra gran línea: la que nos prepara a celebrar dentro de pocas semanas el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, su Pascua. De ese misterio de la entrega pascual de Cristo nos ofrece Pablo una catequesis y Juan la imagen del Templo destruido y reconstruido.
+ Max Alexander OSB Tres templos
.-Así pues, podemos evocar tres templos que van señalando el itinerario de la humanidad hacia Dios: el templo de Jerusalén, el cuerpo de Jesús y el templo escatológico en sentido estricto. No son simplemente sucesivos, sino que están estrechamente ligados entre sí. El primero, el de piedra en Jerusalén, es según el evangelista una “figura” (en el sentido de una realidad que anuncia otra realidad) de Jesucristo; es también figura del templo último, en virtud de su función de unidad: es a Sión adonde Isaías ve que afluyen los hombres de todas las naciones, que proceden de los rincones más lejanos para encontrarse con el Dios único. Y el templo nuevo que es Jesús en su cuerpo es mediador del templo futuro.
El templo de piedra y el cuerpo de Jesús se arraigan tanto el uno como el otro en lo concreto de este mundo. Análogo a la construcción del templo de piedra, he aquí el trabajo del hombre contemporáneo que, con vistas a la existencia fraternal de los hombres, se preocupa de servir a los demás en todo tipo de terrenos: la salud, la educación, la limpieza de las calles, los medios de comunicación —desde el correo [electrónico] hasta los aviones y los satélites espaciales—, por no hablar de la diplomacia, del arte o de la investigación científica… Ciertamente, Dios no aparece en la línea de mira de estas obras, pero todo lo que favorezca el desarrollo de los seres humanos, su comprensión mutua y sobre todo su amor, contribuye a la transfiguración de la tierra para que sea una casa fraternal que sea imagen de Dios. Se trata de una empresa muy hermosa, pero llena de peligros, como demuestra la historia del templo de Jerusalén, tantas veces destruido a lo largo de las luchas entre los pueblos. Es que al no poder contener a Dios, la obra humana desemboca con frecuencia, a pesar de su intención original, en una división entre los hombres.
Gracias a la palabra de Jesús sobre la destrucción y la resurrección del templo, sabemos que nuestras empresas humanas tienen un sentido: establecer la morada de Dios entre nosotros, es decir, realizar la comunión fraterna; sabemos muy bien el riesgo que esto supone para ellas, pero también la transfiguración que sufrirán en el futuro. Efectivamente, para el bien de la persona humana es para lo que edificamos tantas redes de relaciones concretas y espirituales, aunque su consumación plena no se verá más que con el advenimiento del templo espiritual.
Diego Fares SJ El templo de su Cuerpo y nuestros nombres